Algunas imágenes de las procesiones de Bilbao
SEMANA SANTA EN LAS TRES DIÓCESIS VASCAS
SE REVITALIZA LA PIEDAD POPULAR
BILBAO: Más de 3000 cofrades en la Semana Santa de 2024, aumenta la
presencia de personas jóvenes.
Las calles de la capital bilbaína se animan de año en año con el auge de las
procesiones que comenzaron la tarde del Viernes de Pasión. Este año, siguiendo
la tendencia de los anteriores, se han incorporado personas jóvenes, muchas de
ellas universitarias de los distintos campus.
Mons Joseba Segura reivindicó la tradición de las cofradías y procesiones en su Pregón. El Obispo de Bilbao, recordó la necesidad y
sentido de la religiosidad popular: Algunos cofrades habéis sentido, con razón,
que estas manifestaciones religiosas no eran, ni acompañadas, ni tan siquiera
valoradas por ciertos grupos eclesiales y sectores del clero. Y es que la
religiosidad popular, cuando es juzgada desde arriba y desde fuera, corre el
riesgo de no ser apreciada, ni en su valor, ni en sus posibilidades.
Por eso el Papa Francisco, latinoamericano como es, nos invita a
acercarnos a nuestra Semana Santa, no desde arriba, sino desde abajo; y no
desde afuera, sino desde dentro. Solo así podremos descubrir el sentido
profundo que la pertenencia cofrade llega a tener para tanta gente que se
compromete en vuestras organizaciones y para quienes desde las aceras
contemplan las procesiones con sintonía religiosa.
Texto completo del Pregón:
Pregón Semana Santa 2024 - Mons. Joseba Segura. Obispo de Bilbao
(12/03/2024)
ASUMIENDO Y BUSCANDO REMEDIO A NUESTRA CONDICIÓN HERIDA
Arratsalde on: Ohorea eta pozgarria da niretzat / gaurko aukera
hau. Izan be, plaza publikoan jartze
honek, erlijioaren eta herri-nortasunaren ingurumarian / hausnarketa egiteko
modua / eskaintzen deust.
Asumo con alegría la
oportunidad de dirigirme hoy como pregonero a esta comunidad cofrade, una
ocasión para saludaros y expresar mi más sincero agradecimiento por vuestro
servicio a la causa de la fe y la devoción del pueblo de Bizkaia. Pero es
también un buen momento para reflexionar sobre el valor de esa contribución a
la vida de la Iglesia que camina en estas tierras.
La Semana Santa en las calles de Bilbao, arraigada también en otros
municipios de Bizkaia, es un tapiz de múltiples hilos, una sinfonía de
religiosidad popular que resuena con fuerza cada año. Las cofradías con sus
pasos, tanto los tradicionales como aquellos de más reciente creación, tejen la
memoria viva de la Pasión de Jesús y el dolor de su Madre.
Esta
veneración por las imágenes sagradas trasciende la mera admiración estética; es
reflejo del asombro que nos suscita un Dios increíble, que se hace hombre para
vivir nuestra pobreza, para encajar en su cuerpo el impacto de nuestra
violencia hasta compartir la experiencia de la muerte. Las imágenes que
veneramos no solo captan la situación dramática de los personajes
representados; son ventanas al alma, invitación permanente a trascender lo visible,
a adentrarnos en el vasto mar de significados y experiencias humanas ahí
simbolizados. Cristo y su madre, los personajes centrales de este gran misterio
de fe, son espejos que amplifican el sufrimiento y el sacrificio humanos, a la
espera de una liberación que llegará gloriosa el Domingo de Pascua para
alumbrar nuestras caminar torpe y dubitativo. Porque como dijo San Agustín: 'No
caminamos hacia la resurrección; la resurrección camina con nosotros'.
Desde
abajo y desde dentro (Behetik eta barrutik)
Algunos cofrades
habéis sentido, con razón, que estas manifestaciones religiosas no eran, ni
acompañadas, ni tan siquiera valoradas por ciertos grupos eclesiales y sectores
del clero. Y es que la religiosidad popular, cuando es juzgada desde arriba y
desde fuera, corre el riesgo de no ser apreciada, ni en su valor, ni en sus
posibilidades.
Por eso el Papa
Francisco, latinoamericano como es, nos invita a acercarnos a nuestra Semana
Santa, no desde arriba, sino desde abajo; y no desde afuera, sino desde dentro.
Solo así podremos descubrir el sentido profundo que la pertenencia cofrade
llega a tener para tanta gente que se compromete en vuestras organizaciones y
para quienes desde las aceras contemplan las procesiones con sintonía
religiosa.
El pueblo creyente vive la Semana Santa como
un tiempo distinto, de ruptura con la vida cotidiana, de contraste con el
discurrir repetitivo de los trabajos y los días. Y en esas transiciones entre
el tiempo ordinario y el de la fiesta, la vida se enriquece y se renueva el
sentido de las cosas.
Fededunontzat, Aste Santuak, aparteko zentzua
dauka. Iraganeko iturritik ur / freskoa dario eta egarri gareanok, pozik
edaten dogu. Baina gure gizarteko askorentzat, aste honek santu izateari
utzi dio.
Hasta hace no tanto, en nuestra cultura, como
en las anteriores, la fiesta era un tejido entrelazado de hilos espirituales,
religiosos y comunitarios. En ella el individuo se sumergía en la colectividad,
reconociendo y reafirmando un sentido de pertenencia y propósito compartido.
Este espíritu se ha ido diluyendo, especialmente en nuestra Europa, obsesionada
con el mejoramiento de unos niveles de bienestar ya muy altos y que
paulatinamente se va cerrando a la dimensión trascendental de la existencia. La
Semana Santa, en la actualidad, parece haberse transformado en un interludio de
'tiempo libre', dominado por el consumo, ocasión de viajes y experiencias de
entretenimiento individualista. En este marco las tradiciones comunitarias y
ancestrales se han convertido para muchos en los restos del naufragio de algo
superado y viejo del que conviene liberarse cuanto antes. Paradójicamente esta
supuesta ganancia en libertad se produce en un momento donde la información y
el control sobre las personas es mayor que nunca y sigue creciendo sin parar.
El mundo religioso
popular ha estado siempre poblado de creaciones de la imaginación. El ser
humano conecta así con elementos centrales de su ser, dando a la experiencia
cotidiana significados nuevos y profundos. Pero hoy esa imaginación se ha
empobrecido. Domina lo cerebral, lo secular, lo racional. O eso es lo que
creemos, porque lo que realmente sucede es que ciertas creencias están
sustituyendo a otras. Muchos que dicen no creer en nada que no se pueda ver o
tocar, justificando así su ruptura con la fe tradicional, alimentan sin
dificultad, y a veces sin darse cuenta, un gran número de fes, incluso de
supersticiones de lo más particulares. Pero ese es otro tema.
La experiencia cofrade
en Semana Santa refleja ese deseo de vivir en un mundo de símbolos y sentidos
más allá de la mera búsqueda de mejoras materiales. Es además un esfuerzo
compartido, el de una comunidad que reivindica la dimensión trascendente de
nuestro ser, a menudo oculta tras el caos de dispersión y actividad frenética
que nos rodea. No es fácil, pero en esos días de Semana Santa nos abrimos al
tiempo de Dios y a su discurrir pausado, nuestro corazón se ensancha en
agradecimiento por la entrega de Jesús que logra romper los círculos cerrados
de este mundo, un mundo herido por tantas divisiones y conflictos, dominado por
tantos egos de mirada corta; un mundo que necesita abrirse y volver a creer,
volver a confiar en que la fraternidad humana sigue siendo posible.
Para fortalecer esa
sabiduría y esa confianza, queremos renovar la fe que se nos ha transmitido y
dejarnos bañar de nuevo en el agua serena del tiempo diferente. Terminada la
Semana Santa, volveremos a nuestros entornos cerrados de actividad dispersa,
pero, tal vez, con la capacidad de mirar más allá de ellos.
Simbolok hitzen gainetik (Más símbolos que palabras)
La Semana Santa
cofrade expresa la fe más con símbolos y acciones que con palabras. Es un modo de lenguaje no verbal: a la imagen
se le saluda, se le canta, se le reza, nos santiguamos ante ella, se le
presentan ofrendas, se le toca, se la coge a hombros, se la hace danzar. Aquí
la religiosidad se expresa sobre todo mediante realidades físicas: la
vestimenta, el manto de la Virgen, la cruz, los símbolos portados, los pies
descalzos, las flores sobre el pavimento... símbolos que toman preeminencia
sobre las palabras, incluso sobre las oraciones de un libro. Son expresiones
vivas, menos conceptuales o reflexivas, más abiertas y espontáneas.
Mientras la Iglesia en
su vida litúrgica da más importancia al lenguaje verbal, amplios sectores del
pueblo valoran más este lenguaje material, físico. Por bonita que haya sido la
oración recitada por el presbítero para pedir la resurrección del difunto, si
no le “echa agua bendita”, los familiares sienten que falta algo. En
terminología técnica podríamos decir que, a menudo, el pueblo tiene más
afinidad con los sacramentales que con el sacramento. El primero es signo
fuerte y palabra débil. En el segundo, la palabra conformadora adquiere más
importancia. Por eso ambas formas de expresión religiosa se complementan.
En este marco, las
imágenes físicas tienen gran importancia porque cuentan la historia de una
comunidad. En Latinoamérica, cada imagen está ligada a experiencias familiares
y comunitarias. Por ejemplo: un altar familiar puede tener cinco
representaciones de la Virgen de Guadalupe: “la que dejó la mamá, la que nos
hizo un milagro, la que se trajo del santuario en la visita, la que salió
intacta del incendio de la casa…” Para el creyente, cada una guarda relación
con un hecho salvífico distinto. La historia de la salvación está en la Biblia,
pero también en las imágenes del pueblo.
Del mismo modo y
salvando las distancias, los pasos de nuestra Semana Santa cuentan la historia
de vuestras comunidades cofrades, a veces de larga tradición, con ricas y
variadas vivencias, y cómo no, expresan la fe sencilla y firme de nuestros
mayores y de las nuevas generaciones en su poder para acompañar y mediar la
fuerza sanadora de Dios.
Gugan / emozinoa sortzen dauan edozein irudi, berba
jarioa baino gehiago gogoratzen dogu. Horregaitik, prozesinoetan
ataraten diran imajinak, katekesi bizia dira.
Sufrimendua ukatu (Negar el sufrimiento)
¿A quién le gusta
sufrir o ver sufrir? ¿Quién elige pasar unas vacaciones acompañando tragedia y
sacrificio? ¿Quién hubiera pensado celebrar a Dios en la cruz?
Muchos lo tienen
claro: ¿Luchar por tu relación de pareja con esfuerzo? Mejor lo dejamos.
¿Entregar tu vida a un ideal mayor? Que lo haga otro. ¿Asumir renuncias para
servir mejor? Que no te engañen. ¿La relación con una persona se complica? Toma
distancia ¿Tus padres se están deteriorando? Que se encarguen los poderes
públicos y los especialistas en cuidados que para eso están. Tú céntrate en ti
mismo. Disfruta del momento y de cada placer disponible. Libérate de los
cuentos que nos han querido vender. En realidad, eso que supuestamente eliges
tú en libertad, también te lo están vendiendo. Pero es mejor no darle muchas
vueltas a la cabeza.
La gente evita el
sufrimiento, yo lo evito, todos lo evitamos en cierta medida. Pero cuando
llega, llega. Y entonces no sabemos cómo encajarlo. Además, cualquier esfuerzo
noble, cualquier entrega implica algún grado de sacrificio. Nosotros sabemos
que antes o después esa renuncia se va a convertir en alegría y fuente de
satisfacción. Pero para llegar a lo segundo, hay que aceptar antes lo primero.
Y hoy no es fácil proponer renuncias o sacrificios al servicio de ningún
objetivo, ni tan siquiera de una causa noble. Y temo que ese cambio de
mentalidad va a tener un impacto profundo en nuestro tejido social.
Los discípulos de
Jesús le seguían contentos cuando su líder era aclamado por la multitud. Unos
buscaban milagros, otros, pan. Muchos estaban encantados de acompañar y
celebrar al hombre del momento. Pero tras los primeros baños de popularidad,
Cristo cayó en la cuenta de que ese no era el camino. Decidió cambiar de rumbo
y comenzó a subir hacia Jerusalén. El Evangelio nos dice que “iba delante de
sus discípulos”. Y algo especial debía tener su modo de moverse porque Marcos
señala que “estaban sorprendidos y le seguían con miedo” (Mc 10,32).
Jesús delante.
Nosotros detrás. Nos cuesta caminar detrás de él, porque sabemos a dónde se
dirige y no nos gusta lo que va a pasar allí. Todos, con algunas excepciones, aspiramos a una existencia cómoda, sin
riesgos, sin inseguridades. La cruz no la quiere nadie. Por eso la reacción de
Pedro es la de todos: “Eso no puede ser".
Jesús delante.
Nosotros detrás. Pero Pedro quiere cambiar de dirección. Cualquiera, menos la
del Calvario. Por eso el Señor le ordena: “ponte detrás de mí, Satanás. Eres
para mí un obstáculo (Mt 16,23)”. Tampoco a nosotros nos gusta esa dirección.
Hacemos lo posible para que el sufrimiento y la muerte, temas deprimentes,
desaparezcan de nuestras vidas o, al menos, de nuestras conversaciones.
Por eso la cruz pasa
de ser símbolo reconocido y apreciado socialmente, a lo que ya fue en sus
orígenes: piedra de escándalo. No nos debe extrañar que sea retirada de las
aulas, incluso de centros con ideario cristiano, que aquí y allá desaparezca de
los espacios públicos. La cruz es el reflejo más potente de una historia
religiosa y cultural que algunos quisieran erradicar cuanto antes de nuestro
imaginario colectivo, convencidos de que ya es hora de superarla
definitivamente. Por eso la ocupación procesional del espacio público, aunque
sea regulada y estimada por muchos, resulta molesta para ciertos grupos.
Argi dago, gaur egunean ezin izango litzake Gorbeiako
tontorrean kurutzea jartzeko ideia mahai ganeratu. Hogeigarren mendean ohikoa
zana, mende bat geroago, pentsa ezina da.
Heriotzaren errepresioa (La represión de la muerte)
El problema de algunos
con el impacto público de la Semana Santa no es sólo su conflicto con las
tradiciones religiosas. Refleja también una dificultad generalizada para asumir
que nuestra existencia es finita, que nos hacemos viejos, que nos ponemos
enfermos, que somos frágiles. Nuestra sociedad no sabe qué hacer con la muerte.
Los tanatorios la gestionan en lugares convenientemente marginales, situados
cada vez con más frecuencia en pabellones industriales. Aquí se venden ruedas
de camión y ahí se vela a los muertos. En la misma sala de velación, el muerto
está esquinado, encriptado en una zona acristalada y separada, como si
conviniera evitar el contacto directo con un cuerpo afectado por una impureza
peligrosa o, como mínimo, perturbadora.
Hoy el único cadáver
que desfila abiertamente por las calles de nuestras ciudades es el del Cristo
muerto de la Semana Santa, crucificado o yacente. Se trata de un muerto concreto
y de una muerte sucedida hace muchos siglos. Pero su presencia pública es
también reivindicación de todos los muertos, mujeres y hombres, y especialmente
de los anónimos y olvidados. La condición de obscenidad y de tabú que durante
siglos ha afectado a la sexualidad, hoy omnipresente, se ha desplazado a la
consideración de la muerte, el nuevo tótem que produce miedo y ante el que se
reacciona con ocultación.
No hablo ahora de
teología cristiana. Me refiero a esa dimensión antropológica y originaria de
toda religión que vincula este mundo con ese otro que da sentido a este, que
pone en relación nuestras experiencias con las de nuestros antepasados. Hoy, no
hay sitio para los muertos en nuestra sociedad lúdico-competitiva, hiper
estimulada de novedades y placeres. Aquí la muerte es percibida como la
negación de lo único que vale, de lo que es real, de lo placentero y deseable.
Por eso es innombrable e intocable, por eso parece tóxica. Y el muerto también.
Y por eso intentamos quitarnoslo de en medio cuanto antes.
Lehen / etxekoak hilten ziranean, gaubela eginda agurtzen genduzan. Ez
ziran bakarrik izten. Orain, ostondu egiten doguz tanatorioaren hotzean.
Permitidme insistir en
lo nuevo y sorprendente de nuestra situación europea: por primera vez en la historia
de la humanidad una considerable mayoría social vive sin religión. Es decir,
por primera vez un amplio sector de quienes formamos parte de la así llamada,
“sociedad desarrollada” sencillamente, o no tiene creencias religiosas, o vive
como si no las tuviera. Y lo más llamativo es que, en un nuevo ejercicio de
eurocentrismo, creemos que somos los precursores del camino que poco a poco el
conjunto de la humanidad irá tomando. Grave error. Pero este también es otro
tema.
Aunque vivimos casi
todo el rato creyéndonos inmortales, la realidad se impone. Algunos no se
resignan y sueñan con vivir eternamente. Por eso se hacen congelar, incluso
llegan a fabular con transferencias de conciencia a máquinas indestructibles
que, liberadas definitivamente de la corrupción de la carne, garanticen por fin
la vida eterna. No sé si esa vida llegará a ser eterna, pero lo que sí sé es
que no será vida. Las máquinas serán capaces de enorme inteligencia, incluso de
algún tipo de conciencia, pero lo que no podrán hacer nunca es tomar un vino
con la cuadrilla, o disfrutar de una comida familiar...Y sin esas simples y
corporales cosas, la vida ya no es vida y lo que sea, será eternamente
aburrido.
Reivindicar la Semana Santa en la calle (Aste Santua kalean
aldarrikatu)
Por eso hermanas y
hermanos: saquemos a nuestro muerto y a su madre a las calles, y afirmemos lo
imposible. Gritemos en silencio que de esa muerte surge la vida verdadera.
Demostremos acompañando a la cruz que nosotros sí creemos que el grano de trigo
ha de morir para que surja la espiga con nuevo fruto.
Hagamos nuestra parte,
tal vez pequeña pero mucho más importante y significativa de lo que pudiera
parecer. Porque sacando a Cristo a las calles sale con Él a la luz el
sufrimiento de tantas víctimas aplastadas y olvidadas, víctimas de la violencia
y los poderes arbitrarios, víctimas desaparecidas de la memoria humana, pero
reivindicadas y presentes en el ser de ese Dios que es amor imborrable.
Entendamos nuestro ser cofrades como un ejercicio de justicia para con todas
ellas, y también de libertad, como expresión de nuestra capacidad para decir no
al nuevo pensamiento impuesto, de resistirnos a esa estrategia según la cual,
el mundo nuevo debe construirse sobre la destrucción de lo que ha sido valioso.
Las personas creyentes
no tenemos miedo a asumir todas las dimensiones de nuestra humanidad. Nos
alegramos con quienes están alegres, sufrimos con quienes padecen y vivimos
agradecidos por la vida de nuestros muertos en la esperanza de que un día
también nosotros nos uniremos a ellos. No hay vida sin sacrificio, no hay
nacimiento sin final, no hay comienzo sin que algo no termine previamente.
Reivindicamos esas dimensiones de la existencia humana y por eso, entre otras
muchas cosas, celebramos la Semana Santa en la calle, sacando a un Cristo
muerto que es, paradójicamente, expectativa de futuro para este mundo, redentor
necesario que viene a ayudar a los que no pueden redimirse solos, garantía de
horizonte y respuesta a preguntas que la tecnología nunca va a poder responder,
por mucho que evolucione, dados sus límites y sus enormes riesgos.
La fraternidad que
necesitamos no va a llegar espontáneamente por medio de ninguna mano invisible,
milagrosamente capaz de articular intereses diversos y a menudo en competencia.
Tampoco llegará mediante esos planes de ingeniería social que algunos intentan
imponer. La vida humana es compleja, las relaciones difíciles y la fuerza del
pecado original se sigue manifestando, hoy como siempre, en múltiples riñas y
desencuentros. Tenemos egos grandes, personales y comunitarios, y para
corregirlos hace falta algo más que buenos deseos o discursos que recomiendan
valores.
Solo saldremos de
nuestros círculos cerrados y auto-centrados abriéndonos a una fuerza mayor, y
nosotros tenemos el médico y la medicina: Cristo muerto y resucitado,
acompañado de su Madre, María, la de la fe a prueba de bombas, capaz de
mantener la confianza en el momento del mayor absurdo, cuando el justo de los
justos cuelga de la cruz sin que ella se revuelva contra Dios.
En realidad, el
milagro ya está hecho, los muros han caído y la condena de Sísifo se ha
levantado. El sufrimiento del Hijo da sentido a todos los sufrimientos, los
presentes y los pasados, y reivindica el amor sincero que existe en cada vida
humana, especialmente en las de los humildes y los anónimos, porque a Dios le
toca equilibrar algunas de nuestras injusticias y estructuras de privilegios.
Jesús delante,
nosotros detrás. Seguir a Jesús como lo hacéis vosotras y vosotros, por los
caminos de la Semana Santa es un ejercicio de sabiduría, una llamada a la que
respondemos quienes queremos asumir toda nuestra realidad, también a nuestros
muertos, sin ocultar ninguna cosa, sin esconder nada de lo que forma parte de
la experiencia humana. Por eso abrazamos, no solo la alegría de sentirnos
salvados y caminando hacia una meta, sino también nuestra debilidad, nuestra
violencia, nuestra injusticia y todo nuestro dolor. Acompañar, meditar y rezar
con la pasión del Señor es afirmar con humildad y convicción la riqueza de esa
identidad personal y comunitaria que hemos heredado, de esa tradición cristiana
que nos ayuda a encontrar el camino en medio de neblinas, requiebros y
desengaños, camino que perdemos pero que siempre podremos volver a encontrar.
Martin Luther King
dijo una vez que "la oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; solo la
luz puede hacer eso. El odio no puede expulsar al odio; solo el amor puede
hacer eso."
Hermanas y hermanos
cofrades: gracias por no dejar que se corran las cortinas para que siga
entrando la luz, gracias por vuestro testimonio de amor que mantiene la
presencia viva y sanadora de la cruz en nuestras calles, esa cruz de la que
cuelga Jesús, empeñado en reconciliarnos y en calentar la tierra con su fuego
(Lc 12, 49).
Eskerrik asko salbamen historiako gertakari nagusi honetan, Kristo,
ezkutatu beharrean, kalerik-kale atarateagaitik. Gracias amigas y amigos porque en lugar de esconder a Cristo y su
poder humilde, también este 2024 vais a sacarlo y acompañarle por las calles de
Bilbao.
Mons Segura, entrevistado por Cope
Euskadi, analiza la situación religiosa
de Bizkaia.
El Obispo de Bilbao concedió
una entrevista a COPE Euskadi, en la que con motivo de la Semana Santa analiza la situación de la fe en Bizkaia.
Por su interés y
actualidad se ofrece a continuación el enlace al audio con la intervención
completa:
ENTREVISTA
A MONS. SEGURA, COPE EUSKADI
EL OBISPO DE BILBAO ANIMA AL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL:
Mons. Segura en el Jueves santo, anima a los
sacerdotes durante la Misa Crismal a
cuidar el acompañamiento espiritual. «la necesidad de acompañamiento» de las
personas que conformamos la sociedad. «el amor de Dios por su pueblo debe
traducirse en capacidad de transmitir Buena Noticia a todas esas personas que
viven cautivas o temerosas o, sencillamente, intentando buscar algo que de paz
y sentido a sus vidas».
Ofreció también algunas pistas sobre las
cualidades y aspectos que debe tener la persona que acompaña para ayudar a
discernir. Se refirió a la escucha atenta, la sintonía de corazón o la plegaria
por las personas en su situación concreta. Pidió que se desarrolle «una actitud
de escucha, mucho más cristiana y eficaz«. «Porque la escucha atenta, es un
buen antídoto contra el clericalismo», ha señalado a los sacerdotes que
participaron en la eucaristía de la catedral. Pidió acompañar a los de dentro y, «sobre todo a los
que están o se sienten ya fuera».
Esta mañana, al finalizar la eucaristía de la Misa Crismal, hizo un llamamiento a la feligresía para solidarizarse con la dramática situación que se está viviendo en Tierra Santa. Pidió especial colaboración para la colecta del Viernes Santo, unidos a las peticiones del Papa Francisco
DONOSTIA SAN SEBASTIÁN:
Mons. Fernando Prado centró su homilía en la importancia de unión
entre el presbiterio y el Obispo, y terminó delineando las características más
oportunas para presbítero en su ministerio
El Obispo, recordó que “celebramos hoy esta
Eucaristía especial en la que se expresa de forma singular la unión del
presbiterio con su Obispo y la unión del Obispo con su presbiterio. Es una
fiesta en la que celebramos los vínculos sacramentales que nos unen”.
A continuación evocó su trayectoria episcopal en la Dióceis
“Es un día especial en el que, como Obispo, no
puedo menos que agradecer a Dios el regalo que me ha dado al darme a cada uno
de vosotros como colaboradores más estrechos en este ministerio que todos
llevamos en vasijas de barro. Sobre todo, yo. Disculpadme tantas torpezas. Voy
aprendiendo a ser Obispo, bien despacio, casi siempre por escarmiento. No sé si
acierto a ser un buen Padre, un hermano y un amigo, tal y como me indica el
propio magisterio eclesial. A veces no sé percibir si os ayudo lo suficiente o
como debiera.
Me gustaría acertar, sin duda, sobre todo con
algunos que atraviesan dificultades objetivas y con los que debo ser, si cabe,
más cercano. Pero lo que sí percibo claramente es que vosotros sí me ayudáis y
me sostenéis en mi ministerio. ¡Cuánto agradezco vuestra cercanía, vuestra
preocupación, vuestro cariño, vuestro contraste, vuestra palabra sincera,
incluso vuestras correcciones fraternas cuando es el caso! Me siento como
moralmente obligado a expresaros el profundo agradecimiento que siento hacia
vosotros y lo hago de corazón. El obispo de San Sebastián se siente orgulloso
de sus sacerdotes. Y no solo por ese cariño hacia mí que cada vez siento más
profundo y sincero, sino, sobre todo, y esto es lo verdaderamente importante,
por vuestro testimonio de servicio y de amor a nuestras gentes de Gipuzkoa”.
Refiriéndose al perfil de los sacerdotes, Mons.
Prado presentó una fotografía del presbiterio en la Diócesis
“Quieren a la gente y la gente los quiere. De
ellos hemos recibido y recibimos tanto…”.queremos seguir haciendo y siendo lo
de siempre: apóstoles que quieren llevar la unción del Espíritu a nuestros
hermanos, para fortalecerlos en la fe y en la Esperanza. Es nuestro desafío
permanente. Llevar la unción del Espíritu, sobre todo a través del testimonio
de una vida de servicio verdaderamente llena de Dios y referida a Él. Ser
hombres de Dios, ricos en humanidad, que es lo que, en definitiva, corrobora y
certifica que de verdad somos hombres de Dios. Humanidad y ternura nos hablan
con transparencia de Dios”.
VÍDEO
DE LA HOMILÍA COMPLETA
https://www.youtube.com/watch?v=HW_vbJZ9GNI
VITORIA GASTEIZ. MONS. ELIZALDE DELINEÓ LAS CONSECUENCIAS DE LA PRESENCIA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA DEL
PRESBÍTERO
Mons Juan Carlos Elizalde vertebró su homilía sobre El Evangelio de san Lucas, 4 (“El Espíritu del Señor está sobre mí” que narra la lectura de Isaías proclamada por Jesús la
sinagoga en la Sinagoga de Nazaret).
Resaltó en cinco apartados las consecuencias de esa presencia del Espíritu
Santo en la vida y misión del presbiterio:
-El Espíritu Santo está por encima de nosotros
- El Espíritu del Señor nos ha ungido
- El Espíritu del señor nos ha enviado
- El Espíritu del Señor nos colma de esperanza y de alegría.
- El Espíritu del Señor nos capacita para vivir, aquí y ahora, un amor
pleno.
Entre
otras ideas resaltó: el significado profundo de la obediencia prolongando unas
palabras del Papa Francisco: El Espíritu del
Señor está sobre nosotros, pero nadie, ni el Obispo ni ningún cristiano, está
en posesión del Espíritu. El Espíritu se manifiesta en la relación, a través de
las relaciones, con el Obispo y con los demás hermanos.
“El Obispo, sea quien sea, permanece para cada presbítero
y para cada Iglesia particular como un vínculo que ayuda a discernir la
voluntad de Dios.
Obedecer, en este caso al Obispo, significa aprender a
escuchar y recordar que nadie puede pretender ser el poseedor de la voluntad de
Dios y que ésta sólo puede entenderse a través del discernimiento. La
obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de Dios, que se discierne
precisamente en un vínculo.
No es casualidad que el mal, para destruir la fecundidad
de la acción de la Iglesia, busque socavar los vínculos que nos constituyen.
Defender los vínculos del sacerdote con la Iglesia particular, con el instituto
a que se pertenece y con su propio Obispo hace que la vida sacerdotal sea digna
de crédito. Defender los vínculos. La obediencia es la opción fundamental por
acoger a quien ha sido puesto ante nosotros como signo concreto de ese
sacramento universal de salvación que es la Iglesia. Obediencia que puede ser
confrontación, escucha y, en algunos casos, tensión pero que no se rompe.” Son
las palabras del Papa Francisco a los sacerdotes en febrero de 2022 al
hablarles de las cuatro cercanías
Sin duda las palabras del Obispo de Vitoria presentan el
retrato más urgente y necesario para inspirar una renovación estilo presbiteral
de la Diócesis Alavesa, y en general para
fomentar una eclesiología
concreta de comunión que sigue siendo
necesaria en los tres territorios vascos.
A continuación, se recoge el texto completo:
HOMILIA DEL OBISPO DE
VITORIA
MONSEÑOR JUAN CARLOS
ELIZALDE
MISA CRISMAL 2024
Arropamos hoy a los
sacerdotes y diáconos en la Eucaristía de la Misa Crismal, donde actualizan su
ministerio sacerdotal como colaboradores del Obispo renovando sus promesas.
Todos, religiosas y religiosos, consagrados y fieles laicos, renovamos también
nuestro seguimiento al Señor puesto que se bendecirán los óleos sacramentales
que nos llenan de su unción. Desde la radical igualdad del bautismo caminamos
todos.
«El Espíritu del Señor
está sobre mÍ porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en
libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Hoy se
siguen cumpliendo en Jesús las palabras que acabamos de escuchar. Por eso se
cumplen también en cada uno de nosotros.
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
ESTÁ SOBRE NOSOTROS.
El Espíritu del Señor
está sobre nosotros, pero nadie, ni el Obispo ni ningún cristiano, está en
posesión del Espíritu. El Espíritu se manifiesta en la relación, a través de
las relaciones, con el Obispo y con los demás hermanos.
“El Obispo, sea quien
sea, permanece para cada presbítero y para cada Iglesia particular como un
vínculo que ayuda a discernir la voluntad de Dios.
Obedecer, en este caso
al Obispo, significa aprender a escuchar y recordar que nadie puede pretender
ser el poseedor de la voluntad de Dios y que ésta sólo puede entenderse a
través del discernimiento. La obediencia, por tanto, es escuchar la voluntad de
Dios, que se discierne precisamente en un vínculo.
No es casualidad que
el mal, para destruir la fecundidad de la acción de la Iglesia, busque socavar
los vínculos que nos constituyen. Defender los vínculos del sacerdote con la
Iglesia particular, con el instituto a que se pertenece y con su propio Obispo
hace que la vida sacerdotal sea digna de crédito. Defender los vínculos. La
obediencia es la opción fundamental por acoger a quien ha sido puesto ante
nosotros como signo concreto de ese sacramento universal de salvación que es la
Iglesia. Obediencia que puede ser confrontación, escucha y, en algunos casos, tensión
pero que no se rompe.”
Son las palabras del
Papa Francisco a los sacerdotes en febrero de 2022 al hablarles de las cuatro
cercanías.
El cardenal Ratzinger
dice en 1994 en Essen: “Si volvemos a los textos originales del Antiguo y del
Nuevo Testamento podemos comprobar que la palabra “está”, el Espíritu del Señor
“está” sobre mí, no figura en ellos. Sólo figura en la traducción. Y, de hecho,
el “estar”, el mero reposar, no es la forma propia del Espíritu. No es algo que
se tiene, como tengo una moneda o muebles o cuadros. No es algo que se pueda
tener, que yo pudiera contemplar como propiedad mía y que quizá se pueda
añadir, como una más, a otras peculiaridades mías. Las imágenes esenciales del
Espíritu en la Escritura son tormenta y fuego. El Espíritu no es posesión, que
está en reposo, sino fuerza transformadora. Él nos saca de nuestros hábitos de
vida, de nuestro estado de autosatisfacción, nos quema y abrasa, nos purifica y
renueva. Nosotros no tenemos al Espíritu, es él quien nos toma a nosotros.
Él nos incita y nos
lleva al camino. Recibir el Espíritu significa entregarse a él para
convertirnos en ministros de Cristo, significa ser aferrados de modo que seamos
para él, para el otro. Y así figura a continuación, en la frase siguiente:” Él
me ha enviado” (Is 61,1). Recibir el Espíritu en el santo sacramento significa
ser enviado, estar ahí para que Cristo me envíe adonde él quiera, aun cuando yo
tuviese otros planes. Pero con esto ha quedado clara otra cosa. El Espíritu es
tormenta y fuego.
Pero no una tormenta
cualquiera, no es una excitación cualquiera, con el propósito de destruir para
hacer cualquier otra cosa, no es una teoría cualquiera para mejorar el mundo,
El Espíritu tiene un nombre: es el Espíritu de Jesucristo. Viene de él y
conduce a él. El santo apóstol Pablo, en la primera cara a los Corintios lo ha
dicho con palabras totalmente inequívocas: Nadie puede decir “Jesús es el
Señor”, salvo por el Espíritu Santo (1 Cor 12,3). Y con esto quiere decir lo
siguiente. La prueba del Espíritu Santo es la confesión de fe de la Iglesia
respecto de su Señor. El Espíritu no conduce a cualquier parte, conduce a
Cristo. Y Cristo nos conduce unos a otros, para que juntos seamos su Cuerpo, la
santa Iglesia”.
No es mal momento para
el discernimiento de espíritus en nuestras comunidades. En este momento
sinodal, ¿por dónde se percibe fruto, alegría, esperanza y crecimiento en
nuestra Iglesia?, ¿qué realidades acompañamos los sacerdotes con esperanza de
estar respondiendo a la Iglesia del presente y del futuro? Con humildad, nos
abrimos a su Espíritu.
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
NOS HA UNGIDO.
Con la reflexión que
estamos trabajando juntos sobre el sacerdocio, estamos refrescando Pastores
Dabo Vobis: “El Nuevo Testamento es unánime al subrayar que es el mismo Espíritu
de Cristo el que introduce en el ministerio a estos hombres, escogidos de entre
los hermanos. Mediante el gesto de la imposición de manos (Hch 6, 6; 1 Tim 4,
14; 5, 22; 2 Tim 1, 6), que transmite el don del Espíritu, ellos son llamados y
capacitados para continuar el mismo ministerio apostólico de reconciliar,
apacentar el rebaño de Dios y enseñar (cf. Hch 20, 28; 1 Pe 5, 2).
Por tanto, los
presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo
Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en
medio del rebaño que les ha sido confiado. El Espíritu Santo, mediante la
unción sacramental del Orden, los configura con un título nuevo y específico a
Jesucristo, Cabeza y Pastor, los conforma y anima con su caridad pastoral y los
pone en la Iglesia como servidores autorizados del anuncio del Evangelio a toda
criatura y como servidores de la plenitud de la vida cristiana de todos los
bautizados”. (15)
Presbyterorum Ordinis
(1,2) dice: “Los sacerdotes, en virtud de la unción del Espíritu Santo, están
marcados por un carácter especial que los configura a Cristo Sacerdote, de modo
que puedan actuar en nombre de Cristo cabeza”. Recordarás el momento en que el
obispo te ungió las palmas de las manos y te dijo: “El Señor Jesucristo que el
Padre ha consagrado en Espíritu Santo y poder, te custodie para la
santificación de su pueblo y para ofrecer el sacrificio.” A mí, hace ocho años,
al ser ungido en la cabeza, me decía Monseñor Renzo Fratini: “Dios, que te ha
hecho partícipe del sumo sacerdocio de Cristo, infunda en ti su mística unción
y con la abundancia de su bendición dé fecundidad a tu ministerio.”
Nos ha ungido con óleo
de alegría: "ungidos hasta los huesos y la alegría, el eco de esa
unción". Una alegría "incorruptible, misionera y custodiada" por
el rebaño que se nos encomienda, dice el Papa Francisco. Es la gente la que nos
hace vivir el sacerdocio, la que nos pide la unción, la que cree en lo que
nosotros representamos. Es la gente que se acerca en su grandes necesidades
como aquellos y aquellas que querían ver y tocar a Jesús. En nuestro pobre
ministerio reciben la unción consoladora y sanante de Jesús. Como los buenos
pozos, cuanto más agua dan, es más vivo dentro de nosotros él surtidor que
salta hasta la vida eterna. (Cf. Juan 4)
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
NOS HA ENVIADO.
Juntos estudiábamos
hace poco que el Concilio Vaticano II pone el centro de referencia del
sacerdocio en el envío de Jesús a sus apóstoles, como Él fue enviado por el
Padre. El ministerio presbiteral es, por tanto, entendido dentro de la entera
misión de la Iglesia que continúa y prolonga la misión de Cristo. Por eso, el
Concilio para explicar el ser y la misión del sacerdote se expresa, sobre todo,
en términos de ministerio apostólico. El sacerdote es, ante todo, un apóstol
enviado en la misión de Jesús, el Hijo.
“Así, pues, enviados
los apóstoles, como El había sido enviado por el Padre, Cristo hizo partícipes
de su consagración y de su misión, por medio de los mismos apóstoles, a los
sucesores de éstos, los obispos, cuya función ministerial fue confiada a los
presbíteros, en grado subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden
del presbiterado, fueran cooperadores del Orden episcopal, para el puntual
cumplimiento de la misión apostólica que Cristo les confió." Presbiterorum
Ordinis 2
Otra vez en el origen,
el Padre. "Como el Padre me envió, así os envío yo." (Juan 20,21)
El término
"apóstol", que literalmente significa "enviado", en el
Nuevo Testamento y en la teología posterior "recoge el uso jurídico
popular del término hebreo "saliah", que según las fuentes judías, es
el representante directo de quién lo envía y puede actuar en representación
suya de manera autorizada y jurídicamente vinculante", dice A. Bühner. Por
tanto en la misión del apóstol enviado se incluye la misión de representación y
capacitación jurídica para hablar u obrar en nombre de quien envía. Marcelino
Legido, hablando del sacerdote dice: "Enviar significa enviar con poder.
El enviado es el rostro de quién lo envía. El enviado de un hombre es éste
mismo. (Berach 5,5) La misión es una mediación para la inmediatez de quien
envía. El enviado, por tanto, es un representante. Más que representar al que
lo envía, el que envía se hace presente en el enviado. Inmediatamente,
presencialmente."
Entre sínodo y sínodo
de la sinodalidad, recordamos las palabras del Vaticano II: “Existe una
auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común de
todos los fieles en orden a la edificación del cuerpo de Cristo." Lumen
Gentium 32,3. No hay en la Iglesia nadie sin misión y eso nos
"iguala" a todos y nos envía fraternalmente unidos, compatibles y
complementarios. Nos alegramos de todos los carismas que el Espíritu derrocha
en su Iglesia. Nos sentimos completados y enriquecidos por la pluralidad de
formas en que se manifiesta el Espíritu.
No nos sentimos
"amenazados" por la diversidad de sensibilidades, acentos, vocaciones
y estilos, porque todos participamos de un mismo sacerdocio. Su único
sacerdocio nos hace corresponsables a todos. Y a los pastores se nos exige velar por esa
corresponsabilidad, también discerniendo y tratando de integrar todos los
carismas en la comunión. Monseñor Uriarte decía que la misión del sacerdote es
suscitar y detectar carismas, ayudar a discernirlos y armonizarlos en la
comunidad. Quien crea en la acción del Espíritu, sabe que está capacitado para
acompañar todas las sensibilidades desde su identidad sacerdotal.
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
NOS COLMA DE ESPERANZA Y DE ALEGRÍA.
Recojo del ‘Manual de
Espiritualidad’ de Satur Gamarra, el libro que hoy os regalo para vuestro
repaso, unas palabras preciosas sobre la esperanza y la alegría en la vida del
sacerdote. Son consecuencias de su Espíritu en nuestro ministerio.
“La esperanza
cristiana surge de la presencia del Espíritu Santo en el corazón del creyente.
‘El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta
rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo’. (Rom 15,13)
El texto de Hebreos
“La fe es hipostasis (substantia) de lo que se espera y prueba de lo que no se
ve” (11,1), es comentado preciosamente por Benedicto XVI en la Encíclica Spe
Salvi: “La fe no es solamente un tender de la persona hacia lo que ha de venir,
y que está todavía totalmente ausente; la fe nos da algo. Nos da ya algo de la
realidad esperada, y esta realidad presente constituye para nosotros una
'prueba' de lo que aún no se ve. Esta atrae al futuro dentro del presente, de
modo que el futuro ya no es el puro 'todavía-no'. El hecho de que este futuro
exista cambia el presente; el presente está marcado por la realidad futura, y
así las realidades futuras repercuten en las presentes y las presentes en las
futuras" (SS 7). Esta realidad presente constituye para nosotros una
`prueba´ de lo que aún no se ve”.
Cristo es sacerdote
hoy, ejerce el sacerdocio hoy y hoy actúa sacramentalmente en el ministerio
sacerdotal. El sacerdocio de Cristo “probado” en nuestra vida obliga a pensar
en el futuro.
Dios es fiel, y Cristo
es la revelación de la fidelidad de Dios; es el amén del Padre (2Cor 1,20).
Desde esta experiencia de fidelidad hay base para confiar en el futuro de la
Iglesia del mundo, y para seguir esperando en el sacerdocio.
En nuestro caso, quien
tiene memoria de la presencia de Cristo que actúa, no pone otra confianza que
la que surge de la misma presencia de Cristo. La confianza también se nos da;
es cuestión de acogerla. ‘Ex memoria, spes’ (San Agustín).
Si la identidad del
sacerdocio ministerial pasa por la Pascua y la Iglesia es anuncio y presencia
de la Pascua, no es posible vivir el sacerdocio con carácter de Pascua al
margen la Iglesia. No será posible un sacerdocio con identidad de Pascua sin la
Iglesia. Lo "probado" en el ministerio es que la Palabra de Dios
tiene mucho que decir al hombre de hoy, que la Vida en Dios es la magnífica
oferta de la Trinidad y el gran hallazgo para quien entra en ella, y que la
relación fraterna es de máxima urgencia en el momento conflictivo actual. Desde
lo "probado" en el ministerio, se debe esperar en el futuro del
sacerdocio.
Lo "probado"
es que nuestra identidad está en ser en Cristo para los demás sin que lo de uno
cuente, y que no es otra cosa que la relacionalidad participada de Cristo
Pastor. Lo "probado" en la caridad pastoral es que la actitud
martirial es inseparable del sacerdocio. La actitud martirial como amor en
Cristo tiene futuro.
No nos engañemos, y
aceptemos con claridad nuestra situación. Donde no hay presente, no puede haber
futuro; y como sea el presente del sacerdocio que vivimos, de igual manera
plantearemos su futuro.
Recordamos que en la
Escritura encontramos relacionadas la alegría y la esperanza: "Vivid
alegres en la esperanza, pacientes en la tribulación" (Rom 12,12);
"Que Dios, de quien procede la esperanza, llene de alegría y de paz
vuestra fe" (Rom 15,13). Pero démonos cuenta de que se trata de una
alegría relacionada con la esperanza que descansa en Dios, porque viene de El.
La alegría de la que se nos habla no esta tanto en que nuestros planes se
cumplan, sino en que su plan se cumplirá. Esta es la alegría que está presente
en la esperanza. Esto quiere decir que la esperanza no se vive tanto como
convicción personal, sino como presencia de quien lo es todo en la vida. Así se
entiende que haya alegría en la esperanza-presencia. Esta es la alegría del
sacerdote esperanzado”. (378-384).
«Se llenaron de
alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). D. Juan Maria Uriarte describió
magistralmente en “Palabras de vida para el ministerio” esta alegría: “La
alegría (agallíasis) es, junto a la entereza (parrēsía) y la resistencia activa
(hypomoné), el sentimiento fundamental de la experiencia pascual. Es una
alegría sanadora, que conquista toda la persona y cambia establemente el estado
anímico básico de los discípulos primeros y los de todos los tiempos. Se
mantiene como una constante en medio de las oscilaciones de su sensibilidad,
provocadas por las contrariedades de la vida.” (95)
Tenemos la suerte de
estar trabajando con esperanza en la renovación vocacional y en concreto en la
promoción de las vocaciones sacerdotales. Sin sacerdotes nuestras comunidades
se extinguen. Incidir en las vocaciones sacerdotales tiene un efecto
multiplicador tremendo. El tejido social de nuestra tierra es ya multicolor e
intercultural. También lo son nuestros seminaristas y lo irá siendo nuestro
presbiterio. Como la mayoría de inmigrantes en las catequesis de nuestros niños
y jóvenes aviva la presencia de las familias autóctonas, así nuestros seminaristas
de otras latitudes ya son referencia para inquietudes vocacionales que, gracias
a Dios, están surgiendo. Lo percibía yo este fin de semana en el primer retiro
Effetá celebrado en la Diócesis. El testimonio de Ariel y de Luis impactaba a
nuestros jóvenes. ¡A seguir trabajando con ilusión y con discernimiento!
En la reunión de
obispos y vicarios generales de las provincias eclesiásticas de Pamplona y
Burgos, se acordó este 15 de febrero proponer a la Conferencia Episcopal
Española y a Roma, la opción de tres sedes de Seminarios: Burgos, Vitoria y
Pamplona. Es momento de redoblar la oración y el trabajo vocacional en nuestras
comunidades. Próximamente renovaré el Equipo de Pastoral Vocacional con un
nuevo matrimonio, una religiosa y un sacerdote.
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
NOS CAPACITA PARA VIVIR, AQUÍ Y AHORA, UN AMOR PLENO.
El Cardenal
Cantalamessa a los obispos norteamericanos les decía en los Ejercicios
Espirituales que les dio en 2019: “El teólogo medieval bizantino Nicolás
Cabasilas nos proporciona la mejor clave para comprender en qué consiste la
novedad de la cruz de Cristo. Dos características revelan al amante y lo hacen
triunfar: la primera consiste en hacer el bien al amado en todo cuanto sea
posible, la segunda en elegir sufrir por él y sufrir cosas terribles, si fuera
necesario. Pero esta última prueba de amor, muy superior a la primera, no podía
convenir a Dios, que es impasible [...]. Así, para darnos la prueba de su gran
amor, para mostrarnos que nos ama con un amor sin límites, Dios inventa su
anonadamiento, lo realiza y hace de manera que sea capaz de sufrir. Así, y con
todo el sufrimiento que le viene encima, Dios convence a los hombres de su
extraordinario amor por ellos y los trae de nuevo hacia sí”.
En la creación, Dios
ha demostrado su amor por nosotros llenándonos de dones: la naturaleza con su
magnificencia, fuera de nosotros; la inteligencia, la memoria, la libertad y
todos los demás dones, dentro de nosotros. Pero no le bastó. En Cristo ha
querido sufrir con nosotros y por nosotros. Sucede así también en las
relaciones de las criaturas entre ellas. Cuando brota un amor, se siente
inmediatamente la necesidad de manifestarlo haciendo regalos a la persona
amada. Es lo que hacen los novios entre sí. Pero sabemos cómo funcionan las cosas:
una vez casados, afloran los límites, las dificultades, las diferencias de
carácter. Ya no basta hacer regalos; para seguir adelante y mantener vivo el
matrimonio, hay que aprender a «llevar los unos las cargas de los otros» (Gál
6, 2), y a sufrir el uno por el otro y el uno con el otro. Asi el eros, sin
menguar en si mismo. se convierte también en agapé, amor de donación y no solo
de búsqueda. El progreso, en nuestro caso, consiste en pasar de hacer muchas
cosas por Cristo y por la Iglesia, a sufrir por Cristo y por la Iglesia”.
Cada uno sabrá en qué
fase está. Si todos estamos llamados a hacer muchas cosas por Cristo y por la
Iglesia, con más certeza estamos llamados a sufrir por la Iglesia de Cristo.
¡Qué suerte tener por quien sufrir! ¡Qué alegría que, incluso el dolor, pueda
expresar el amor por el Señor y por los hermanos! ¡Que ni el dolor se
desperdicie en nuestra Iglesia! Sufrirnos con afecto no es mala manara de amar
al Señor, a la Iglesia y a los hermanos. Eso siempre traerá fecundidad. Si no
está en mi mano aportar otra cosa, vivir bien el dolor eclesial es gran
ofrenda. Es lo contrario a la amargura, a la resignación o al resquemor. Es el
amor más grande. Hoy avivamos la fraternidad sacerdotal que, por ser
sacramental, se actualiza en nuestras promesas.
Hacemos presentes a
los sacerdotes que hoy no están aquí por su salud o vejez, por estar viviendo
situaciones personales conflictivas, por falta de sensibilidad o porque no han
podido venir. Agradezco vivamente la presencia de tantos religiosos sacerdotes,
igualmente diocesanos, que enriquecen el presbiterio con su carisma.
Termino rezando en voz
alta la oración del Adsumus que tantas veces estamos rezando juntos en este
tiempo: “Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres
nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros
corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que
perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras. No permitas que la
ignorancia nos lleve por falsos caminos. Concédenos el don del discernimiento,
para que no dejemos que nuestras acciones se guíen por prejuicios y falsas
consideraciones. Condúcenos a la unidad en ti, para que no nos desviemos del
camino de la verdad y la justicia, sino que en nuestro peregrinaje terrenal nos
esforcemos por alcanzar la vida eterna. Esto te lo pedimos a ti, que obras en
todo tiempo y lugar, en comunión con el Padre y el Hijo por los siglos de los
siglos. Amén”.
+ Juan Carlos Elizalde
Obispo de Vitoria
Informó: Rafael Hernández Urigüen. Redactor de Omnes en Pañis Vasco, Euskadi
Textos e imágenes Diócesis. Imágenes de las procesiones: Francisco Barrón, Mariano Vilallonga y Bosco Martínez de Bedoya