El Obispo de Bilbao expuso la visión cristiana de la corporeidad a
la luz de la fe y analizó también
con una crítica clara y amable algunas de las pretensiones y teorías que
distorsionan la verdad sobre el cuerpo humano. "La creencia en la
Asunción de la Virgen María nos enseña que el cuerpo humano es algo bueno,
esencial a nuestro ser. No somos ni seremos ángeles. A nosotros Dios nos ha
hecho cuerpo y espíritu, y en la eternidad seguiremos siendo también
eso". (Mons. Segura)
Un año más, la nave de la Basílica de Nuestra Señora de Begoña, acogió a
la multitud de fieles que abarrotaban el templo, parte de la explanada y
los laterales exteriores para honrar a la Patrona de Bizkaia con la Misa Mayor
presidida por el Obispo de Bilbao Mons. Joseba Segura a las 12 del mediodía en la concelebración
eucarística.
Como es tradicional, junto al pueblo participaron autoridades civiles, entre
ellas el alcalde de la Villa Juan María Aburto varios concejales, presidenta de
las Juntas Generales de Bizkaia Ana Otadui. y la Diputada General de Bizkaia
Ana Otadui.
El Obispo de Bilbao, partiendo de lo que significa el misterio de la
Asunción de la Virgen María a la Gloria en cuerpo y alma vertebró su
homilía recordando que somos la única religión que confiesa que Dios se Hizo
carne. A continuación ofreció un análisis de las paradojas y
contradicciones de nuestra cultura respecto al cuerpo cuando
se le da culto y las personas se someten a él fuerza de severas dietas
para conseguir un canon de belleza, y al mismo tiempo se niega su entidad
propia y se afirma que el cuerpo no puede imponer límites a nuestra voluntad
sobre lo que queramos ser, y continuaba: Es como si el cuerpo no
importara, como si uno pudiera construir su identidad, ser hombre o mujer o
cualquier cosa intermedia, o ninguna de ellas, a voluntad, sin referencia al
cuerpo con el que hemos nacido.
Mons. Segura, matizaba: Una cosa es reconocer la insatisfacción y
el sufrimiento de algunas personas con su cuerpo, y otra muy distinta intentar
imponer la idea de que el cuerpo nada tiene que decir. Se predica una libertad
para ser, que nada debe demostrar ni justificar, como si, efectivamente, el
puro deseo fuera capaz de crear realidad
Mons. Segura señalaba, con sentido del humor, que ese
deseo ilimitado choca con el realismo de que no todas las personas
disponen de un cuerpo para las olimpiadas ni el Athletic (masculino y femenino)
tendría problemas de candidatos a su cantera. Ese deseo irrestricto choca
con el último límite: la muerte, a pesar de que se ha difundido el espejismo de
que con las nuevas tecnologías permitirán la inmortalidad, y añadía: Dios
libre nos libre de la condena de vivir aquí eternamente. Pero tranquilos
porque, en todo caso, ninguno de los aquí presentes, va a tener esa opción.
Explicando el sentido de la muerte, añadió: Hoy
celebramos que somos mortales: mortalidad que es descanso final, que es
cumplimiento, que es horizonte limitado y por eso urgencia para aprovechar los
días y las horas y disfrutar de ellas todo lo posible, que es límite capaz de
dar sentido a esfuerzos y tareas, mortalidad que pincha la quimera de que somos
el centro del mundo, porque si, la historia sigue cuando nosotros ya no
estamos, haciéndose verdad eso de que los cementerios están llenos de personas
imprescindibles. Morimos y así hacemos sitio para que otros cojan el testigo y
hagan un nuevo tramo del camino.
A continuación, el Obispo de Bilbao recapitulaba la doctrina
sobre el sentido del cuerpo humano, centrando la atención en la figura de la
Virgen María: En contraste con algunas visiones demasiado pretenciosas
y autocentradas, el Evangelio nos habla de la sencillez y la generosidad de una
joven. Una buena noticia porque mientras haya sencillez y generosidad, habrá
esperanza para el mundo. La esperanza es la virtud de quienes, en medio de los
conflictos—y estos nunca faltan— siguen confiando en la belleza de la vida
entregada por amor, una vida que se abre más allá de nuestras mentes pequeñas y
cerradas.
A partir del Magnificat de la Virgen y los santos que lo han ido entonando con sus vidas, Mons. Segura hacia un llamamiento a la esperanza:
Escuchamos el Cántico de María, el Magnificat, y oímos la melodía del Pueblo que camina en sus desiertos sin perder la esperanza. Es el canto de los santos, hombres y mujeres, famosos o desconocidos. Santos con cuerpo que les pone rostro, que nos permite disfrutar del entorno a través de los sentidos, cuerpos que trabajan con sudor, asumiendo limitaciones y debilidades, que se hacen grandes y luego se empequeñecen, cuerpos que aprenden, que se cansan y se van consumiendo. En todo ese proceso, creando vida en esfuerzos y trabajos, esos cuerpos empiezan a elevarse, y suben más y más con cada gesto de entrega, con cada experiencia bella, con cada sacrificio por amor. Y así nuestros cuerpos ganan en dignidad y hacen camino hasta encontrarse finalmente con María, en cuerpo y alma, y con su Hijo Jesús transfigurado.
Algunos medios de comunicación, quizá por
motivos ideológicos o por otros intereses han criticado el contenido de la
homilía reduciendo su contenido a los aspectos que desmontan las pretensiones e
imposiciones de lo que se ha venido a llamar la perspectiva de género,
pero, sin duda, la antropología cristiana y la doctrina de la Iglesia
sigue siendo en estos tiempos una voz libre necesaria para continuar iluminando
el sentido de la corporeidad humana que permite a la persona su felicidad a
imagen y semejanza del Dios Amor.
(Se recoge a continuación el texto
completo de la Homilía que incluye los párrafos en euskera)
HOMILÍA
Herri agintari,
eleiz gizon eta eleiztarrok, ondo etorriak izan zaitezela Maria Birjinaren
zeruratzearen eguneko ospakizunera. Nazareteko Maria zeruan dala jakiteak adore
eta kontsolamendua emoten deusku. Izan be, gaur ospatzen doguna geuk be bizi
izango dogunaren aurrerapena da: goratuak izango garala Aita Jainkoaren ondoan.
La fiesta de hoy de la solemnidad de la
Asunción de la Santísima Virgen María nos invita a reflexionar sobre el
misterio de nuestro ser corporal. Hoy los creyentes celebramos que "María
fue llevada a la gloria celestial en cuerpo y alma". La creencia en la
Asunción de la Virgen María nos enseña que el cuerpo humano es algo bueno,
esencial a nuestro ser. No somos ni seremos ángeles. A nosotros Dios nos ha
hecho cuerpo y espíritu, y en la eternidad seguiremos siendo también eso.
Pero, ¿qué tipo de cuerpo tendremos?
Sabemos que, después de su muerte, Jesús resucitó, con un cuerpo diferente y
transformado, pero un cuerpo de carne. Fue visto caminando por orilla del mar,
preparando comida para los discípulos, comiendo con ellos y acompañando a los
viajeros de Emaús. Jesús pudo ofrecer sus manos a Tomás para que las tocara;
ascendió al cielo con su cuerpo. Somos la única religión que afirma que Dios se
hizo carne; algo que las otras consideran absurdo y anatema.
Betierekotasunean
be gorputz eta arima izango gara, holan egin gaitualako Jainkoak.
Vivimos un tiempo peculiar. Mientras se
extiende el culto al cuerpo bello, con sus dietas, sus gimnasios y cirugías
plásticas, al mismo tiempo se cuestiona que ese mismo cuerpo pueda imponer
restricciones y límites a nuestra voluntad de ser lo que queramos ser. Es como
si el cuerpo no importara, como si uno pudiera construir su identidad, ser
hombre o mujer o cualquier cosa intermedia, o ninguna de ellas, a voluntad, sin
referencia al cuerpo con el que hemos nacido. Una cosa es reconocer la
insatisfacción y el sufrimiento de algunas personas con su cuerpo, y otra muy
distinta intentar imponer la idea de que el cuerpo nada tiene que decir. Se
predica una libertad para ser, que nada debe demostrar ni justificar, como si, efectivamente,
el puro deseo fuera capaz de crear realidad. Se nos dice: tú puedes ser lo que
quieras, pero no es así porque si fuera así la cantera de estrellas del
Athletic, masculino y femenino, no estaría nunca a falta de candidatos.
Lamentablemente no todos valemos para jugar al fútbol, ni somos capaces de
ganar medallas olímpicas, ni nadamos como los peces, ni volamos como las aves,
ni vamos a ser mucho más guapos de lo que ya somos. Nuestro cuerpo es parte de
nuestro ser, alto o bajo, gordo o flaco, flácido o musculoso. Y finalmente
nuestro deseo de poder hacer con él lo que queramos se tiene que enfrentar con
el último límite: nuestra mortalidad. Ahora algunos, alimentados con la
expectativa de tecnologías revolucionarias, vuelven a revitalizar el espejismo
de que algún día cercano la inmortalidad será posible. Dios libre nos libre de
la condena de vivir aquí eternamente. Pero tranquilos porque, en todo caso,
ninguno de los aquí presentes, va a tener esa opción.
Hoy, celebrando la asunción de María,
recordamos que somos cuerpo, que somos neuronas, hormonas, músculos y huesos
que empiezan a doler a partir de cierta edad. Hoy celebramos que somos
mortales: mortalidad que es descanso final, que es cumplimiento, que es
horizonte limitado y por eso urgencia para aprovechar los días y las horas y
disfrutar de ellas todo lo posible, que es límite capaz de dar sentido a
esfuerzos y tareas, mortalidad que pincha la quimera de que somos el centro del
mundo, porque si, la historia sigue cuando nosotros ya no estamos, haciéndose
verdad eso de que los cementerios están llenos de personas imprescindibles.
Morimos y así hacemos sitio para que otros cojan el testigo y hagan un nuevo
tramo del camino.
Gaur be, Maria
eredugarri agertu jaku bere apaltasun eta eskuzabaltasunean. Mariaren eredua,
itxaropen-iturri da munduarentzat.
En contraste con algunas visiones
demasiado pretenciosas y autocentradas, el Evangelio nos habla de la sencillez
y la generosidad de una joven. Una buena noticia porque mientras haya sencillez
y generosidad, habrá esperanza para el mundo. La esperanza es la virtud de
quienes, en medio de los conflictos—y estos nunca faltan— siguen confiando en
la belleza de la vida entregada por amor, una vida que se abre más allá de
nuestras mentes pequeñas y cerradas. Escuchamos el Cántico de María, el
Magnificat, y oímos la melodía del Pueblo que camina en sus desiertos sin
perder la esperanza. Es el canto de los santos, hombres y mujeres, famosos o
desconocidos. Santos con cuerpo que les pone rostro, que nos permite disfrutar
del entorno a través de los sentidos, cuerpos que trabajan con sudor, asumiendo
limitaciones y debilidades, que se hacen grandes y luego se empequeñecen,
cuerpos que aprenden, que se cansan y se van consumiendo. En todo ese proceso,
creando vida en esfuerzos y trabajos, esos cuerpos empiezan a elevarse, y suben
más y más con cada gesto de entrega, con cada experiencia bella, con cada
sacrificio por amor. Y así nuestros cuerpos ganan en dignidad y hacen camino
hasta encontrarse finalmente con María, en cuerpo y alma, y con su Hijo Jesús
transfigurado.
María dice hoy: “Mi alma glorifica al
Señor”; y todas/todos nos unimos a su canto en este día de la Asunción. Un
canto particularmente necesario allí donde el Cuerpo de Cristo, si, cuerpo una
vez más, sigue sufriendo violencia (víctimas entre la población civil en la
tierra del Señor). Pero para nosotros nunca hay solo pasión, nunca hay solo
conflicto, nunca hay solo ofensa o provocación. Porque todas esas experiencias
negativas, por muy dolorosas que sean, están siempre abiertas a la esperanza.
Cuando muere la esperanza dejas de ser cristiano. No os dejéis nunca robar la
esperanza. Venid aquí, a esta basílica, a pedirla cuando notéis que os está
faltando. Que no os la roben, porque sería como robarnos el evangelio, que no
nos la roben, porque la esperanza es la fuerza de Dios que nos levanta siempre
y nos empuja hacia adelante y eleva nuestra mirada. Y en el camino, María a
nuestro lado, cerca de nuestras familias y comunidades, pacientemente
esperando, acompañando, animando, sufriendo con nosotros y rezando el
Magníficat de la esperanza cierta, cada día y en cada situación, porque todas
son buenas para rezarlo.
Jainkoaren herriak
fede handiz gurtzen dau Maria. Eta zeruratua izan danak bat egiten dau gaur gu
guztiokaz jaian eta Jainkoaren aldeko gorespenean.
El pueblo de Dios vive la asunción con
alegría. Llegamos a Begoña a celebrar juntos este día como día de fiesta. Y así
anda hoy María, entre los puestos de la romería, en nuestras comidas
familiares, en nuestras calles, plazas, casas y hospitales, atenta a la vida de
la gente. María la amatxu de Begoña, la madrecita de Guadalupe, y la churonita
del Cisne, la Virgen del Carmen, la de la Merced, María Auxiliadora; son todas
ellas y muchas más. Distintas imágenes del cuerpo de una mujer universal. Hoy
María asunta al cielo se une a la fiesta, se alegra con nosotros y da gloria a
Dios porque en nuestro mundo, aunque no lo parezca, la bondad es más fuerte que
la muerte.
Mariak
erakusten deusku inork baino hobeto, zer egin behar dogun Jesusen atzetik
jarraitzeko: errukiaren Jainkoa iragarri / senidetasun handiagoa dauan
munduaren lan eginez / eta txikien Jainkoarengan uste osoa jarriz. Geure egin
daiguzan, beraz, bere jarrera eta jokaera. Begoñako Amatxu, otoitz gure alde!
Pidamos a María en este día sobre todo una
cosa: alegría perseverante, esa que no se acobarda, que no se desinfla
fácilmente, esa que no se sostiene gracias al alcohol, ni a las pastillas, ni a
falsas expectativas de disfrutar y vivir sin límites. Esa que sale de dentro
porque surge de la convicción de que el Todopoderoso ya ha hecho obras grandes
por ti y por toda la humanidad, y va a hacer muchas más en el futuro; porque su
nombre es santo, proclamamos con María hoy con confianza la grandeza del Señor.
Informó: Rafael Hernández Urigüen. Redactor
de Omnes Magazine en Euskadi-País Vasco Textos, propios y Obispado de Bilbao.
Imágenes: Obispado de Bilbao