HACE UN CUARTO DE
SIGLO. MI PREGUNTA EL 2 DE FEBRERO DE 1998 A JOSEPH RATZINGER Y SU RESPUESTA. TRES
PALABRA CLAVE PARA DAR CONTINUIDAD A LAS EXPERIENCIAS APORTADAS POR LAS J.M.J.:
CREATIVIDAD, PACIENCIA, CONFIANZA
En enero de 1998 la Universidad de Navarra,
en la que entonces trabajaba yo como capellán y profesor para sus centros
académicos de San Sebastián, confirió el doctorado Honoris Causa al Cardenal Joseph Ratzinger.
Por aquella época, yo era corresponsal
de la Revista Palabra para Euskadi (actualmente Omnes Magazine) y colaborador
del Diario vasco DEIA.
Acudí a Pamplona para participar en
la rueda de prensa convocada el 2 de febrero, y formular alguna pregunta a
Ratzinger. Antes de empezar, mientras colocaba una pequeña grabadora sobre la
mesa desde donde nos hablaría el Cardenal, pude saludarle como se observa en la
imagen y al final del encuentro le pedí que me firmara dos libros suyos: “Introducción
al cristianismo” y “Mi vida. Recuerdos (1927-1977)”. Conservo esos ejemplares
como una reliquia. De hecho, la rueda de prensa fue convocada porque el
cardenal presentaba la edición española de “Mi vida”.
Firma autógrafa del Cardenal en el ejemplar de " Mi vida"
(Fotografía R. Hernández U)
Ejemplar de "Introducción al Cristianismo" firmado por Ratzinger
(Fotografía R. Hernández U)
Firma autógrafa del Cardenal en "Introducción al Cristianismo"
(Fotografía R. Hernández U)
Tuve la suerte de formular la
primera pregunta del encuentro. La hice porque estaba todavía profundamente
conmovido por la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en París durante el
mes de agosto de 1997. Mi presencia en la capital de Francia consistió
principalmente en atender a un numeroso grupo de universitarios procedentes de
Navarra y el País Vasco, y también colaborar con la revista Palabra y DEIA en
las informaciones de primera mano, ya que fui testigo de historias vivas en las
que la acción de la gracia resultaba “palpable”.
Mi vivencia de Paris durante quince
días me supuso una confirmación fascinante de la catolicidad de la Iglesia, y
prueba fehaciente de su naturaleza sacramental para conseguir la anhelada
unidad de los hombres que el Concilio Vaticano II propuso en Lumen Gentium. En definitiva, al
contemplar una juventud de los cinco continentes hermanada sinceramente
celebrando la fe junto al papa san Juan Pablo II, y al episcopado mundial,
pensé para mis adentros: “Era verdad, es posible”. Al mismo tiempo, la
experiencia pastoral demuestra que los entusiasmos iniciales para vivir el
Evangelio con motivo de cualquier encuentro litúrgico, celebrativo,
frecuentemente pierden vigor con el transcurso del tiempo.
Así, me atreví a formular mi
pregunta a Ratzinger evocando la tradicional definición de los sacramentos:
“Signos eficaces de la gracia”. Si la Iglesia, según la enseñanza del Vaticano
II es “Sacramento de unidad”, y la experiencia de los encuentros mundiales de
la juventud consiguen unir a los jóvenes de diversos continentes,
sensibilidades, e ideologías, hasta qué punto el “signo eficaz” mantiene su
vigencia con el pasar del tiempo.
Transcribo, sin más preámbulos
literalmente mi pregunta y lo que me respondió, también literalmente, Josef
Ratzinger (el texto fue publicado en la obra Crónica de cinco días. 30 de enero a 3 de febrero de 1998. El Cardenal
Ratzinger en la Universidad de Navarra. Discursos, coloquios y encuentros. Pro
manuscripto. Para uso de profesores,
empleados y estudiantes de la Universidad de Navarra. (Facultad de Teología
Universidad de Navarra, Pamplona, 1998).
Mi intervención se encuentra en la
IV parte de la publicación: Encuentros con los medios de comunicación.
Más exactamente en el cap. 3 Encuentro
con los periodistas, encabezada con el título: Respuestas a las preguntas últimas pp. 125-127.
Mi pregunta:
−
Rafael Hernández Urigüen:
Eminencia. Tuve la suerte, gracia de
Dios, de participar en la última Jornada Mundial de la Juventud en París. Allí
me venía a la cabeza constantemente lo que se afirma en la Constitución Lumen
Gentium del Concilio Vaticano II acerca de la Iglesia considerada como
sacramento de unidad. Comprobé que el acontecimiento de París favoreció una
colaboración estrecha entre las autoridades civiles y las eclesiásticas de
Francia, la armonía entre el arte, la fe y la cultura, viendo a los artistas
del momento poner al servicio de la liturgia lo mejor de su inspiración. Vi
también armonía, convivencia y solidaridad entre jóvenes de todas las razas y
países, incluso entre los que habían estado en guerra pocos meses atrás.
Resaltaba la unión entre la jerarquía católica y los mismos jóvenes, así como
la aceptación y cordialidad sincera entre distintas instituciones y carismas de
la Iglesia. ¿Piensa Vd. que el acontecimiento de París es un signo eficaz y
duradero?
(Fotografía: Manuel Castells)
− Card. Joseph Ratzinger: Responderé
en italiano porque quizá así se comprenda una parte de lo que vaya diciendo,
mientras que el alemán puede que resulte excesivamente lejano. Efectivamente,
este signo de París ha tenido una grandísima importancia, porque ha supuesto la
experiencia de una Iglesia viva que se rejuvenece siempre en unos momentos en
los que Europa parece incapaz de encontrar la vida del mañana.
Hemos comprobado que la juventud sigue
buscando respuestas a las preguntas últimas. Persigue la presencia de Dios, esa
fraternidad que sólo es posible desde la comunión con Dios, y también la
belleza de la fe en la liturgia. Este es el mensaje de París: que la fe crea
comunión, alegría, y que abre las puertas del hoy al mañana, En ese sentido, el
encuentro de París ha sido un regalo y un don de Dios, un gran ánimo para todos
nosotros, una invitación a creer, a tener la certeza de que el Señor sigue
estando presente hoy.
Indudablemente está en nuestras manos
el no perder esta experiencia, traducirla a la vida de los diferentes países,
continuar con esa comunidad creada allí en París, entre las diversas
situaciones y culturas, y trasladar ese coraje y alegría de la fe a las
situaciones cotidianas.
Para traducir esa experiencia a las
situaciones de países tan diversos, será precisa, sin duda, la creatividad. Y
será necesaria también una cierta paciencia, porque está claro que ese
entusiasmo se atenúa al entrar en contacto con las dificultades de la vida
normal, de la vida cotidiana. Esos dos elementos me parecen los más
importantes: la creatividad y la paciencia. Añadiría un tercero: la confianza,
para dar continuidad a esa experiencia, para no perder la comunidad en la
liturgia, en la amistad fraterna que se ha creado allí. Y a la vez, para
invitar a los no creyentes con las palabras de los apóstoles cuando se les
pregunta por el Señor: aquel Venid y ved. Cuando nos preguntan a los creyentes
dónde está el Señor, la respuesta es venid y ved, invitándoles a participar en
nuestra experiencia de la comunidad fraterna y de la belleza que supone caminar
con Jesucristo. Éstas pueden ser las claves para llevar esa experiencia de
París a las situaciones cotidianas.
Sin duda estas tres palabras: creatividad, paciencia y confianza, cobran
vida y vigencia, veinticinco años después para seguir preparando la próxima
J.M.J. de Lisboa y resultan válidas para acompañar los procesos en la pastoral
juvenil del siglo XXI
Rafael Hernández
Urigüen. Redactor de Omnes Magazine en Donostia-San Sebastián
Para ampliar información sobre la presencia del Cardenal en Pamplona puede consultarse esta página de la Universidad de Navarra https://n9.cl/uwxkv
2/02/2023
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